Análisis financiero: La cuenta de pérdidas y ganancias

La cuenta de resultados o cuenta de pérdidas y ganancias es la estrella del rock de los estados financieros. Prácticamente todas las miradas están puestas en ella cada vez que una compañía publica sus resultados trimestrales y anuales. Sin embargo, aunque no queremos minimizar su importancia, creemos que la atención que recibe es excesiva.

06/06/2024
Análisis financiero: La cuenta de pérdidas y ganancias

La cuenta de resultados o cuenta de pérdidas y ganancias es la estrella del rock de los estados financieros. Prácticamente todas las miradas están puestas en ella cada vez que una compañía publica sus resultados trimestrales y anuales. Sin embargo, aunque no queremos minimizar su importancia, creemos que la atención que recibe es excesiva. Desde un punto de vista estrictamente individual, la información que aportan los otros dos estados financieros –el balance y el estado de flujo de caja– es mucho más valiosa. A pesar de ello, la cuenta de pérdidas y ganancias sigue siendo una pieza imprescindible dentro del puzzle contable. Sin ella, se perderían nexos clave entre los diferentes estados financieros, necesarios para entender el mensaje contable y descubrir la realidad empresarial que se esconde tras él.

Su estructura

La cuenta de pérdidas y ganancias es el estado financiero más sencillo de entender. Simplemente, sirve para registrar los resultados que producen las diferentes actividades de una empresa. Para ello, empieza contabilizando sus ventas o los ingresos generados por el negocio y, a continuación, resta todos los gastos asociados dichos ingresos que son necesarios para que la empresa desempeñe su actividad.

En la siguiente imagen se puede ver la cuenta de pérdidas y ganancias de Naturgy correspondiente a los ejercicios 2022 y 2023.

 https://www.bestinver.es/wp-content/uploads/Gráfico-Tabla.png

Fuente: https://stpropwebcorporativangy.blob.core.windows.net/uploads/2024/02/CCAA-CONSO-NATURGY-2023_ES.pdf

 

La cuenta de pérdidas y ganancias está estructurada de manera tremendamente lógica. Empieza con los ingresos que genera la empresa con su actividad y, a continuación, va restando los gastos operativos necesarios para generar dichos ingresos. Los más representativos con los aprovisionamientos, los gastos de personal, gastos generales, etcétera. Una vez descontados todos ellos, se llega al Resultados Bruto de Explotación o EBITDA, que ofrece una visión de lo que genera la empresa con sus operaciones.

Pero al EBITDA le falta un detalle importantísimo para ofrecer una visión completa del resultado de un negocio. No podemos olvidar que, para que una a empresa pueda desempeñas sus operaciones o actividades ordinarias, necesita activos, planta, equipos y maquinaria. Unos activos que se desgastan con su uso y que, por tanto, se deben mantener. En otras palabras, el gasto derivado de dicho mantenimiento debe ser siempre considerado y relacionado con la generación de ingresos que permiten los activos empleados para ello. Estas consideraciones son recogidas por la contabilidad –de manera un poco imprecisa– en la partida de depreciación y amortización. Una vez restada del EBITDA, llegamos al Resultado de Explotación o EBIT.

Ante de seguir descendiendo en la cuenta de pérdidas y ganancias, conviene hacer una pequeña anotación sobre la depreciación y amortización. ¿Por qué decimos que es una partida algo imprecisa? Porque, en realidad, se trata de una entelequia contable. Una entelequia necesaria, pero una entelequia, al fin y al cabo.

Imagine que una empresa hace una inversión muy fuerte en sus activos en un año determinado. Dicha inversión es un gasto. Un gasto que, sin embargo, no se refleja en la cuenta de resultado. ¿Por qué? Porque si se registrase en su totalidad provocaría una gran oscilación en los resultados que no deriva de la volatilidad de su negocio sino de su propio calendario de inversiones. El año de la compra de esos activos registraría un gasto enorme –por tanto, un beneficio muy bajo–, mientras que, en los siguientes, como la inversión ya estaría hecha, no habría gasto alguno –y, por tanto, el beneficio crecería sensiblemente respecto al del año de la inversión–. Por tanto, el plan contable ha optado por no incluir la totalidad de las inversiones en la cuenta de resultados evitando semejante oscilación de los resultados.

Por otro lado, además de dicha oscilación, la contabilidad reconoce que, en los años posteriores a la inversión, el activo sigue en uso y sufre un desgaste que también debe ser reconocido. Así que, para solucionar estas dos cuestiones, en vez de registrar toda la inversión de golpe en el año en que se compra un activo, su adquisición y mantenimiento se reparte a lo largo de toda su vida útil. De esta forma, se suavizan las oscilaciones de los resultados y se reconoce la duradera naturaleza operativa del activo.

¿Qué problema tiene esta solución? Que la realidad del flujo de efectivo de la compañía no queda correctamente reflejada pues, lo que verdaderamente ocurre es que el activo se compra de una tacada. Como veremos en nuevas entregas de esta serie, el registro de los flujos de efectivo tiene lugar en el estado de flujo de caja. Pero sirva este comentario como primer ejemplo en el que queda demostrado que cada estado financiero explica una visión parcial de la realidad que el analista, con el estudio de la globalidad de la contabilidad, debe entender y superar.

Completada la sección más directamente relacionada con las operaciones de la empresa, la cuenta de resultados pasa a registrar el resultado de sus actividades financieras. La mayor parte de compañías hace un uso más o menos extensivo y recurrente de la deuda. Unas deudas que producen gastos, como el pago de un tipo de interés, cupones, comisiones, etcétera. Estos gastos son recogidos bajo la denominación de gastos financieros. Por otro lado, las empresas también tienen un dinero en depósitos, cuentas corrientes o inversiones financieras como acciones o bonos. Estos producen rentas y dividendos que se registran como ingresos financieros. El neteo de gastos e ingresos financieros establece el Resultado Financiero del ejercicio.

Por último, es necesario restar los impuestos que las empresas deben pagar atendiendo a las diferentes regulaciones fiscales a las que están expuestas. En el caso de las compañías multinacionales, esta partida refleja los impuestos pagados en cada una de las jurisdicciones en las que opera. Esto –que, muchas veces, en la prensa no está bien explicado– quiere decir que la partida de impuestos que refleja una empresa española en su cuenta de pérdidas y ganancias no supone un ingreso para la hacienda pública española. Una vez restados estos impuestos, lo que queda es el Beneficio Neto del ejercicio.

Antes de terminar este artículo es necesaria una aclaración adicional. A lo largo de toda la cuenta de pérdidas y ganancias hay partidas extraordinarias y no relacionadas con el negocio de la empresa que la contabilidad obliga a registrar, aunque produzcan distorsiones en el resultado publicado. Algunos ejemplos habituales de ellos son el beneficio obtenido por la venta de una división, las pérdidas sufridas por un destrozo en uno de los activos que emplea o las multas impuestas por un juzgado. Estos elementos no recurrentes y ajenos a la actividad de la compañía deben ser localizados y purgados por el analista para tener una visión realista de la marcha del negocio. No deben ser ignorados, pues, en algunos casos, sus cuantías son muy significativas –para bien y para mal–, pero sí tratados como una categoría diferente que no intoxique las lecturas sobre la evolución de la empresa.

Su función

La cuenta de resultados pretende reflejar la marcha del negocio para que el analista pueda determinar si es positiva, negativa o neutral. Para ello, organiza su información de manera vertical, empezando con lo más cercano a la generación e ingresos operativos –registrando las ventas producidas por la empresa en su reglón superior– y terminando por lo más alejado a su negocio –el pago de impuestos y los resultados extraordinarios no relacionados con el negocio– en su parte inferior.

Aunque, como veremos en los siguientes artículos, el estado de flujo de caja y el balance aportan una información más relevante desde el punto de vista del análisis financiero, la cuenta de resultados aporta la pieza clave para el estudio de cualquier negocio: los ingresos. Los ingresos son el motor del crecimiento de una empresa. Para generarlos, las empresas diseñan un modelo de negocio diferente y competitivo que es engrasado con su cultura corporativa. Ambos aspectos son imprescindibles para la generación de ingresos y ambos, también, determinan los costes necesarios para dicha generación. Por eso ingresos y gastos se analizan conjuntamente y se recogen en la cuenta de resultados.

Como ya explicamos, la estructura de este estado financiero sigue un esquema de escalones. El primer escalón representa los ingresos y a lo largo de los escalones siguientes va restando distintas partidas de gestos. Al restar los aprovisionamientos o coste de las mercancías vendidas, llegamos al Beneficio Bruto. Este será mayor o menor en función del poder de fijación de precios de la empresa y de su poder de negociación con los proveedores de mercancías.

Después de determinar el Beneficio Bruto, en la cuenta de resultados se rentan los gastos operativos como gastos generales, sueldos y salarios, seguros, publicidad y marketing, investigación y desarrollo, energía, etcétera. Estos serán mayores o menores en función de la eficiencia con la que el negocio es dirigido y las exigencias que cada sector impone para la generación de ventas. Por ejemplo, el negocio de la moda impone grandes gastos en publicidad, mientras que el farmacéutico es muy intensivo en investigación y desarrollo. Por este motivo, entender la naturaleza del negocio que se está analizando es imprescindible para descifrar los mensajes que oculta la cuenta de resultados. Una vez que se han restado todos los gastos operativos, llegaremos al escalón del EBITDA.

Pero, como explicamos antes, el EBITDA no considera el mantenimiento de los activos que la empresa necesita para realizar su actividad. Estos se registran en la partida de depreciación y amortización. Esta dependerá de lo intensivo en el uso de activos que sea el negocio. Cuanto mayor sea dicha intensidad, más elevada será esta partida. Otra vez, la naturaleza del sector es un factor determinante. Por ejemplo, en el negocio de la producción de coches, se necesitan fábricas enormes que demandan mucho capital para su mantenimiento. Por otro lado, las agencias de publicidad no necesitan más activos que una oficina donde se desarrolle la creatividad de sus empleados. En el primer caso, la partida de depreciación y amortización será alta, mientras que en el segundo será baja. Una vez restada, llegamos al escalón del EBIT. Y, con él, se terminan las partidas estrictamente operativas.

Después del EBIT el análisis de la cuenta de resultados se complica pues registra operaciones de todo tipo: financieras, fiscales, extraordinarias… Algunas de ellas están más relacionadas con el negocio –por ejemplo, la parte de impuestos que deriva de los beneficios del negocio– y otras lo están menos –los intereses que se pagan por las deudas de la empresa–. En cualquier caso, todas ellas deben ser tenidas en cuenta para determinar el resultado neto del ejercicio, que sería el último escalón de la cuenta de resultados.

Su importancia

La cuenta de resultados acapara mucha atención porque nos muestra las ventas que ha producido una empresa en un periodo dado y los beneficios que estas y el resto de las actividades han generado. Es, por tanto, la materia prima más jugosa para la prensa y las lecturas rápidas de la evolución del negocio pues responde de un vistazo a las preguntas ¿Cuánto ha vendido? y ¿Cuánto ha ganado? Ambas preguntas son críticas y de ahí la importancia de este estado financiero.

Sin embargo, cuando expliquemos el resto de los estados financieros, veremos que la mayor aportación de la cuenta de resultados va mucho más allá de la respuesta de las dos preguntas anteriores. Y es que, en realidad, es un puente imprescindible para entender la interconexión de todas las partidas contables. No es el corazón del análisis financiero –ese papel lo ostenta el balance–, pero sí su sistema nervioso. El sistema circulatorio, como veremos, es el rol del estado de flujo de caja. A este último dedicaremos las siguientes entregas de esta saga sobre análisis financiero.

 



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